Los 100 (T3)

Las altas expectativas que dejó la segunda temporada de Los100 y el fervor con que sus fans la devoran le han jugado una mala pasada. Contrariamente a lo que opinarán la mayoría, la serie empieza a marcarse una buena estación cuando la tragedia la invade. Hasta entonces, Los 100 no hace más que marear la perdiz con el destierro voluntario de Clarke tras la masacre del Monte Weather, por la que se siente responsable. Pero más que eso es la amenaza de ver truncada la paz con los terrestres, esta vez con la Nación del Hielo -por lo que Clarke se autoproclama embajadora Celeste en Polis-, lo que huele a chamusquina y a crisis de ideas en la sala de guionistas. El giro de guión que ha traumatizado a millones de espectadores es el que permite expandir la mitología de la serie, remontándose a los orígenes y explicando cómo las religiones se fundan en base a hechos extraídos de contexto. Y es que, dicho sea de paso, Eliza Taylor no es muy convincente ni en el arte amatoria ni cuando se lame las heridas. Sí, en cambio, cuando toma las riendas de la situación y empieza a repartir leña.

De ahí que haya disfrutado tanto la segunda mitad de la temporada, cuando el grupo original es restituido en una pequeña tropa de insumisos. El mundo es de los jóvenes y de los valientes. Además, mientras algunos personajes principales pasan a mejor vida, la serie mantiene a otros en la recámara y sabe sacarles partido. Es ley de vida en una civilización involucionada (¿o no tanto?) a formas de gobierno primitivas, militaristas y supersticiosas. Por ejemplo, el pasotismo de Murphy, el guardián de la llama (sic), le resta solemnidad a los cataclismos encadenados. Y es que cada vez el Apocalipsis es más inminente e inevitable. Si el corazón de cartón piedra que los protagonistas debieron bombear para rescatar a la humanidad me parece refrescante es porque algunos dramas se me encallan. A pesar de la facilidad que algunos tienen en cambiar de bando, sabemos que ciertos personajes son intocables, y que acabaran por volver a los (maternales) brazos de su líder. Es el caso del alma en pena de Jasper o de Bellamy, acatando órdenes sin cuestionarlas. No obstante, en parte son ellos quienes han puesto sobre la mesa temas universales que ya querrían series “para adultos” abordar con tanta puntería: el dolor, la culpa, la redención o el perdón. Éstos compensan con creces pequeñas incongruencias de guión.

Así pues, el argumento de esta temporada ha presentado un vuelco interesante al definir un enemigo común y altamente destructivo, una inteligencia artificial llamada Alie. De nuevo, Los 100 no tiene reparo alguno en admitir cuáles son sus referentes y, de hecho, juega con ellos. Así, no es casualidad que la femme fatale virtual endose un vestido rojo como el de la cylon Número Seis en Battlestar Galáctica. Tampoco que la Ciudad de Luz sea una especie de Matrix, un mundo utópico donde el término implica consumismo, higiene, rascacielos y felicidad impostada; un paraíso capitalista. El mensaje subversivo de la obra maestra de los Wachowski aún no ha sido desactivado y Los 100 lo adopta y adapta para cerrar dignamente un ciclo. Sus personajes prefieren morir de pie que vivir arrodillados. Sinceramente, no comprendo las críticas en ese sentido, no es nada fácil satisfacer a los exacerbados fans y mantener el control sobre tu obra. Rothenberg no se merece vuestro odio.

Valoración: **/

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)