Fargo (T2)

En los últimos años se ha confirmado la tendencia de la ficción televisiva a la revalorización de la serie antológica: aquella que cada temporada relata una historia diferente. El producto puede cambiar de género, actores y/o directores pero, normalmente, mantiene unas características que sostienen el propio universo creado. Así pues, a la pregunta ¿podemos ver la segunda temporada sin haber visto la primera?, la respuesta es rotundamente sí. En Fargo existe un nexo de unión con la estación anterior (Lou y Molly Solverson) pero es irrelevante. Del mismo modo que es intrascendente que compartan fríos y nevados emplazamientos: Fargo, Luverne y Sioux Falls son localidades fronterizas entre los estados de Minnesota, Dakota del Norte y Dakota del Sur. Esta vez, aunque Noah Hawley trabaje con un grupo diferente de guionistas y directores, el resultado vuelve a ser una producción de alta calidad, fiel al estilo del filme original de los Coen y muy noir.

En la segunda temporada de Fargo nos trasladamos a 1979 cuando, en plena crisis económica mundial y en medio de la Guerra Fría, un triple asesinato en un bar de carretera desencadena una sangrienta guerra entre bandas. Por una parte, está el clan local de los Gerhardt (representando a la pequeña y tradicional empresa familiar), y por la otra, el sindicato criminal de Kansas (una gran corporación en plena expansión). La lucha entre ambas facciones escenifica uno de los cambios más importantes que se estaba produciendo en la economía estadounidense de la época. Y en medio de todo el meollo encontramos a las diferentes, aunque incompetentes toda ellas, fuerzas de seguridad y a los Blomquist. El matrimonio formado por Ed (Jesse Plemons) y Peggy (Kirsten Dunst) es, sin saberlo, el promotor de lo que acabará siendo la matanza de Sioux Falls (acontecimiento del que ya se hace eco la primera estación). Y sus comportamientos erráticos devienen el súmmum de la agudeza y la extravagancia.

En esta ocasión, aunque no faltan el humor y la ironía, la serie carga sus tintas en la lucha entre mafias. Siendo ésta sin escrúpulos, más encarnizada, sangrienta y ostensiva que en su predecesora, pues precisamente no escasean las escabechinas. Incluso la violencia que exhiben los personajes más apacibles es mayor, así como la que, de rebote, recae sobre el cuerpo policial. Si a estos excesos les sumamos que el cabecilla del grupo criminal de Kansas es un afroamericano grandilocuente e infalible en el arte de matar, puede que el espíritu de Tarantino se haya colado en Fargo. No obstante, esta vez, se ahonda menos en el carácter de los protagonistas, ya que  los malos provienen del mismísimo infierno y el bueno es un trozo de pan. Además, ahora el reparto no desprende una química similar a la que compartían Lester y Lorne.

También es verdad que la falta de ritmo ha lastrado esta segunda parte, ya que no acaba de cuajar casi hasta el final. Y mientras llegamos a los tres últimos capítulos, Hawley no abandona recursos como las pantallas partidas para animar transiciones, las descabelladas apariciones de ovnis o una magnífica banda sonora a cargo de Jeff Russo.

Valoración: ***/

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)