Stranger Things (T1)

La nostalgia de una generación hecha serie

Stranger Things fue, sin lugar a duda, el exitazo del verano de 2016. Todo el mundo hablaba de ella, ya fuere porque habían quedado fascinados después de su visionado o porque, de escuchar maravillas sobre ella, no podían esperar más para verla. Incluso trascendió más allá de lo estrictamente seriéfilo con que la tipografía de la serie era la misma que la de una famosísima cadena de supermercados. La repercusión se extendió hasta Navidad, para aprovechar las luces de colores propias del árbol y decorar las paredes y techos con ellas. Una trascendencia que Netflix, la plataforma a la que pertenece la obra, ha sabido mantener alimentando a sus fieles seguidores con pequeñas píldoras de la esencia de la serie: la nostalgia.

Los creadores, los hermanos Duffer (un par de treintañeros), condensan a la perfección la esencia de la época de su infancia y preadolescencia, los ochenta, en Stranger Things. Y no me refiero únicamente al carácter visual y la ambientación sino que, parte del triunfo, es también por la impregnación del alma cinematográfica. En este sentido, podemos encontrar referencias a multitud de películas de la época (E.T., Los Goonies, Alien, Pesadilla en Elm Street, etc.) pero también por sus peculiaridades: está protagonizada por niños, existe una clara definición entre el bien y el mal, la inocencia y el descubrimiento de la maldad y el amor, el planteamiento sencillo y que transcurre en forma de aventura, aunque con tintes de ciencia ficción. Así que, un producto creado por y para un nicho de mercado muy concreto, que junto con el efecto nostálgico permanente (todo tiempo pasado fue mejor) y la diferenciación de sus referentes, el empoderamiento del friqui (nerd), creemos es la fórmula de la fama y reconocimiento cosechados.

Por otro lado, no nos engañemos al pensar que Stranger Things escapa a los tiempos actuales. Aunque la ficción tiene unos principios modernos propios del período anterior a la tercera edad dorada de la televisión, la debemos considerar como posmoderna porque es autoconsciente. Así que, tenemos un producto posmoderno con apariencia moderna. Otro punto a su favor. Además, hay que destacar la buena factura técnica y calidad fotográfica por los contrastes entre lo oscuros y las luces de néon.

El argumento lo encontraréis más abajo en la sinopsis, así que destacaré que existe un equilibrio entre tres generaciones (niños, adolescentes y adultos) con su respectiva visión del amor (con un toque romántico en las dos primeras e irrelevante en la tercera). En contra, el problema al que se enfrentan los protagonistas me parece que les queda demasiado grande y los productores tendrán que ir con pies de plomo para que no se desmadre el asunto en futuras entregas. Otro inconveniente de Stranger Things es que, si tuviste una mala infancia o peor adolescencia y no te gusta lo sobrenatural, es difícil de disfrutar. Y sobre todo, y aunque sea algo que sólo afecte a los que vivimos en España, ver a unos niños montados en bicicleta con esa música de misterio se nos hace complicado. ¡Viva Verano azul!

Valoración: ***

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)