La cumbre escarlata
Sin ánimo de generalizar y dejando de lado que el resultado de algunas de sus películas dista de ser excelso, todo friki que se precie ama a Guillermo del Toro. La razón es bien sencilla: él es uno de los nuestros. Curtido en la serie B allá por los 90, se siente en su salsa en el género de terror y fantástico, mientras cultiva su afición por la cultura popular. Tras su drástico viraje hacia la espectacularidad del kaiju eiga, el director mexicano ha optado por un relato más sosegado que, sin embargo, proporciona las migas de pan indispensables para que no perdamos ripio de lo sucedido en pantalla. Edith (Mia Wasikowska), la joven y literata heredera de un imperio económico en Estados Unidos, es seducida por el apuesto Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), aristócrata británico a la caza de inversores. Ante la reticencia con la que es recibido en el Nuevo Mundo y la repentina muerte del padre de la muchacha, la pareja, ya bendecida en matrimonio, se traslada a la mansión familiar que él comparte en Inglaterra con su arisca hermana (Jessica Chastain). Allerdale Hall (al más puro estilo gótico) alberga unos horrores que no pasan desapercibidos para Edith, quien posee el don de la clarividencia.
La cumbre escarlata sigue a rajatabla los cánones de la narrativa gótica clásica y, por extensión, de la romántica, en las cuales se enaltecen las pasiones frente al racionalismo. Al igual que la (nada humilde) morada de los baronet cobija lo bello y lo siniestro (que, juntos, dan lugar a lo sublime), el amor también es la fuente de los más puros sentimientos y de los más bajos instintos. La casa encantada, cuyas paredes hablan, es una entidad orgánica que profiere inquietantes gemidos y parece respirar. La putrefacción de sus muros (hundiéndose bajo un suelo de arcilla roja) simboliza la decadencia moral de sus inquilinos y transmite la nostalgia y melancolía que éstos experimentan. Si sabemos que Allerdale Hall es una prisión de la que no quieren huir es porque la propia Edith hace una ostensible declaración de intenciones nomás debutar como novelista. La escritora quien, muy oportunamente se equipara a sí misma a Mary Shelley, entiende los fantasmas como una metáfora del pasado, que nos atrapa entre sus fauces y nos impide avanzar. Así, también la arcilla representa la sangre, como las mariposas (devoradas por repugnantes polillas negras) la candidez de la protagonista.
Aunque la historia cojea en varios flancos, la estética con la que juega del Toro es suficiente para mantenernos embelesados durante casi dos horas. Y no me refiero únicamente a la magnificencia del hogar de los Sharpe, sino a una paleta cromática diversificada según el enfoque que se quiera dar a la historia. Así, el cortejo de Edith se acompaña de luz y destellos dorados que lo asimilan casi a una dulzona película Disney. Los (hermosos) vestidos que se endosa la damisela también sugieren su carácter bondadoso frente a la acritud de su cuñada. En seguida se adopta un tono más tenebroso que transforma el filme en un producto híbrido y fragmentado que, en su conjunto, deja más bien frío. En cambio, el discordante uso de una violencia explícita de sesos rebanados, que nos retrotrae a los mejores tiempos de la serie B, hace de La cumbre escarlata una película digna de llevar el nombre de del Toro estampado en ella.
Valoración: **/
Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena)**** (muy buena) / (media estrella)
De qué va: Como consecuencia de una tragedia familiar, una escritora es incapaz de elegir entre el amor de su amigo de la infancia y la tentación que representa un misterioso desconocido. En un intento por escapar de los fantasmas del pasado, se encuentra de pronto en una casa que respira, sangra… y recuerda (www.filmaffinity.com).
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