Juego de tronos (T2)

Resulta chocante que Juego de tronos se haya convertido en un fenómeno de masas sin parangón en la televisión actual (con la excepción, quizás, de The Big Bang Theory) cuando su estructura narrativa es tan difícil de aprehender. Ésta se construye en base a la dispersión de unos personajes en continuo movimiento, así como en la promesa incumplida de una batalla apoteósica donde todos ellos se reúnan. Solo en el transcurso de la segunda temporada, comprendemos que en la dilación está el gusto, y que la clave está en disfrutar de las piedras en el camino, que no son pocas. Así pues, el ejército comandado por Robb Stark, ultrajado por la decapitación de su patriarca y rey, aguarda el momento adecuado para atacar los aposentos de los Lannister, mientras se esmera en la búsqueda de potenciales aliados. Lástima que los Baratheon no estén por la labor, enfrascados en una lucha de poder interna y fraticida.

Pese a tal batiburrillo de tramas y personajes, y con la ventaja de conocer de antemano a muchos de ellos, al fin entramos en el juego y tomamos partido. Seguimos las andanzas de Arya Stark (en una trampa mortal de la que se escabulle como lagartija) y nos encariñamos con ella, con Khaleesi (su belleza es de otro mundo) y, por supuesto, con Tyrion. El deslenguado enano es más listo que el hambre y, de no ser por él, el temerario gobierno de Joffrey se habría desmoronado en menos que canta un gallo. Mientras los demás dan rienda suelta a sus impulsos más primarios, el Gnomo le pone cadenas a su sobrino (o lo intenta) y todo lo observa. Además, demuestra ser tan docto en estrategia militar como su padre. Tanto Tywin como otros a los que también conocíamos de vista (Theon, Renly Baratheon, el Perro, Bronn…) ocupan más minutos en pantalla, y nos sorprendemos al absorber de buen grado sus respectivas aportaciones. Sucede lo mismo con las nuevas incorporaciones (hay que ir renovando, por eso de que mueren a raudales), todas ellas un acierto en mayúsculas: Brienne de Tarth, Stannis, Margaery Tyrell, Melisandre, Ygritte, etc.

En conjunto denota una ambición que, a nivel de espacio, se traduce en la expansión de los territorios más allá de Poniente (la exótica ciudad de Qarth) y en los confines del Muro, pues siempre hay una nueva civilización por descubrir. Ambos lugares acogen sucesos sobrenaturales, aunque esta vez las artes oscuras también se dan de la mano con una de las dinastías, en proceso de conversión a una religión extranjera y monoteísta. También las fuerzas del más allá parecen prepararse para desatar los infiernos en el combate final. A falta de la guerra definitiva, y para ir abriendo boca, la serie nos brinda en el noveno episodio (respetando una tradición no escrita) una magnífica y llameante batalla en la oscuridad de la noche.

Aunque en Poniente impera la ley del más fuerte y el fin siempre justifica los medios (Maquiavelo es una hermanita de la caridad al lado de los Lannister), se agradecen los pequeños espacios para el sosiego a los que se presta la temporada, particularmente en forma romántica. Pese a la complejidad, todo está perfectamente hilado y ese detallismo se hace notar, por ejemplo, en unas cabeceras que recorren las regiones que visitaremos en cada capítulo. Nos agrade más o menos su temática, hay que reconocer que no existe nada en televisión como Juego de tronos.

Valoración: ***/

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)