Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)

Alejandro González Iñárritu ha empleado los últimos cuatro años de su vida en la preparación de su obra más personal, una delirante comedia ambientada en Broadway que sirve como catapulta a una crítica descarnada y corrosiva de un submundo que conoce demasiado bien, el del espectáculo. Como el propio Michael Keaton (las similitudes entre el personaje y el actor son casi espeluznantes), Riggan es una vieja gloria de Hollywood con aires de grandeza. El haberse enfundado años atrás el traje de un conocido superhéroe con forma de pájaro (Birdman) le ha reportado unos ingresos y una fama sin precedentes que, sin embargo, no han propiciado su felicidad. Y es que necesita demostrarse a sí mismo que es capaz de crear verdadero arte, así como lograr de nuevo la aprobación del público, por lo que se embarca en un proyecto teatral con la inestimable ayuda de un conflictivo actor (Edward Norton). Ni ellos ni el resto de agentes integrantes de este circo sale indemne de la demoledora autoparodia del director mexicano.

Los primeros en pasar por el rasero son las neurosis y los enormes egos de los actores, incapaces de conciliar el entretenimiento con el arte (no digamos ya con una vida familiar) y dispuestos a morir si la condición para ello es alcanzar la gloria eterna. Ni siquiera sus coqueteos con el zen les ayudan a comprender que lo que hacen no tiene ninguna trascendencia más allá de las cuatro paredes que conforman el teatro. La crítica, por su parte, todo lo cataloga a consecuencia de su propia ineptitud y dinamita y despedaza los esfuerzos de aquellos que, como mínimo, tienen las agallas de intentar seguir sus sueños. El público, por último, ensalza solo aquello que produce un profundo impacto, aunque sea fruto de la casualidad, la improvisación o la desgracia ajena. Pero si en un aspecto se hace verdadero hincapié es en el poder viral de las redes sociales, a las que no se puede dar crédito dada la desfachatez general de la audiencia, pero frente a las cuales no se puede vivir ajeno pretendiendo estar por encima de ellas.

Iñárritu demuestra ser un verdadero prodigio de la dirección, alternando verosímiles diálogos duales en los que se hace un gran uso del sonido ambiente (el reloj, el tráfico…) con las surrealistas escenas en que Riggan conversa con Birdman, potenciadas por un estrepitosa banda sonora de percusión, proclive a usarse precisamente en ambientes artísticos. Se complementa con unos larguísimos planos secuencia que parecieran encadenarse entre ellos y con un brillante aprovechamiento de unos espacios tanto interiores como exteriores que, al fin y al cabo, son bastante limitados.

Celebramos con gran efusión el retorno de Keaton al cine de calidad pero si alguien merece un reconocimiento inmediato (esperemos que en forma de Óscar al mejor secundario) ese es Norton en su caracterización del impetuoso actor que vive (y revive) a través de sus personajes. El hecho de que todo el equipo trabaje en un triple nivel interpretativo favorece la asunción de múltiples matices en sus respectivos retratos. La incisiva fábula salpicada de humor negro que es Birdman precisa de unos días para ser digerida en su totalidad y cuenta con la virtud de generar un encendido debate. Y es que uno no deja de preguntarse si, al igual que el auditorio de Riggan, no estaremos siguiendo la corriente imperante al venerar una obra que tiene algo de presuntuoso y que, sin duda, no está destinada a una mayoría. Por el contrario, cuando se hable de ella muchos asentirán con aire experto, fingiendo haber entendido todas y cada una de las pullas que Iñárritu lanza al negocio al que pertenece.

Valoración: ****

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena)**** (muy buena) / (media estrella)