Daredevil (T2)

Por mi culpa, por mi gran culpa

Abogado de día y justiciero enmascarado de noche. La vida no da para tanto y a Matt Murdock le ha pasado factura, a todo los niveles, la segunda temporada de Daredevil. Con Wilson Fisk, el villano principal, entre rejas y obligados a avanzar hacia la serie crossover de todos los superhéroes Marvel en Netflix (The Defenders), esta estación no se anda con chiquitas y pisa el acelerador. Adiós a los capítulos enteros personales y reflexivos en los que nos metíamos en la mente de los personajes. Ahora les dedican unos minutos por episodio aunque son suficientes para conocer las bases de sus comportamientos, a mi modo de ver. Así pues, se presentan e integran dos personajes fundamentales para el futuro de la franquicia: Frank Castle (The Punisher o el Castigador) y Elektra Natchios. Alrededor de ambos coprotagonistas se arman dos tramas paralelas, y aunque parezca mentira, sólo confluyen al final. Y eso que el demonio de Cocina del Infierno anda metido de lleno en las dos.

El exmilitar e implacable exterminador de mafiosos Castle, es expuesto a la opinión pública en el circo de los tribunales de Nueva York. Un aparatoso caso en el que descubriremos que los que deben velar para que se cumpla la ley también esconden trapos sucios. En conjunto, viene a decir que la Justicia, en ciertas ocasiones, no funciona y a planetar si es legítimo que, en ese vacío de poder, sean los superhéroes los que impongan sus métodos. El mismo dilema, pero desde una óptica diferente, es el que lleva a Murdock de cabeza una y otra vez. El asunto que atañe a Elektra es luchar sin derramar sangre (llamémosle método Matt) contra una organización milenaria y secreta de ninjas (la Mano) que busca un arma mortífera para dominar el mundo. Una argumentación verosímil y otra fantástica pero con el mismo motivo: poner en duda el término de justicia y la manera de actuar de Daredevil que, desde el momento que se enfunda el traje y empieza a repartir leña en la oscuridad, entra en contradicción con éste.

Por lo demás, Daredevil mantiene su estética y cromática propia (siempre en la penumbra y con mucho rojo y amarillo). Aumentan las coreografías marciales en número y complejidad (no hay capítulo que no tenga mínimo un par de ellas), y también lo hace la truculencia de las muertes. A falta de HBO, buena es Netflix en este asunto. De este modo, puede que te empaches de mamporros y sangre (como le pasa a mi compañera de sofá) o que disfrutes como un gorrino (séase mi caso). Las conexiones con el resto de producciones de la cadena, presente y futuras, se hilan principalmente a través de la médico Claire Temple (Rosario Dawson, una de las más convincentes del reparto). Las nuevas y destacadas incorporaciones John Bernthal y Elodie Yung cumplen; Foggy parece espabilar un poco en su insulso estado anímico y Karen continúa atragantándosenos. El verdadero protagonista de la serie es, indiscutiblemente, Matt que engaña a sus amigos, defiende la ciudad sin matar a nadie y enamora a todas las mozas que se le pongan delante con su bonita sonrisa y ladeando un poco la cabeza. Además, es un tío sensible, los remordimientos por sus acciones siempre están atormentándolo.

La serie ha dado un vuelco importante y del que no hay vuelta atrás. Su entorno va a expandirse inevitablemente y lo hará a lo grande: con más villanos, más héroes, más problemas y soluciones más dramáticas. Y allí estaremos, observando desde nuestro humilde televisor cómo se las gastan en Cocina del Infierno.

Valoración: ***/

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)