Outlander (T1)

A estas alturas, es un tópico afirmar que Outlander ha sido la inesperada revelación de la temporada televisiva 2014-2015. Partida su primera temporada por la mitad por razones de marketing, a la adaptación del insigne Ronald D. Moore le ha costado casi un año hacerse un hueco en los corazones de millones de seriéfilos. No es de extrañar pues, a priori, la mezcla no podía ser más inusual: la cadena Starz, huérfana de éxitos mediáticos desde Spartacus, producía, a petición del mencionado Moore, una serie de aventuras de alto contenido erótico-festivo basada en las novelas homónimas de la autora norteamericana Diana Gabaldon. Su primera entrega se ubica en Escocia, donde la enfermera británica Claire Randall celebra su luna de miel después de que su país se haya declarado vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Fruto del aura de misticismo que rodea la región, la protagonista viaja accidentalmente a los Highlands del 1743, bajo la ocupación de los casacas rojas. Allí es acogida (o retenida según el caso), debido a sus conocimientos médicos y sospechosas profecías, por el clan MacKenzie, a quien el capitán inglés Jack Randall se la tiene jurada. Así, la ficción incorpora también la ciencia ficción como parte fundamental de su argumento, con evidentes reminiscencias a Doctor Who.

Hasta el octavo capítulo, Outlander practica la táctica de la inmersión total. Con episodios de una hora de duración, la serie se toma su tiempo para presentar a sus personajes y desarrollar sus tramas. Así, superado ese lapso temporal y cuando menos lo esperábamos, Outlander ya nos tiene agarrados por las pelotas. Parte de ese mérito reside en la construcción de unos personajes con los que es francamente fácil encariñarse, interpretados con caro respeto a los libros (Gabaldon supervisa los guiones) por actores mayoritariamente desconocidos. Claire (Caitriona Balfe) es terca como una mula, deslenguada y apasionada. Me niego a calificarla como feminista porque simplemente es una mujer contemporánea, lo cual suscita recelos, como es lógico, en el siglo XVIII. Pero si alguien está logrado al cien por cien ese es Jamie Fraser (Sam Heughan), un machote escocés de pura cepa, fugitivo de la (in)justicia británica y refugiado también en Castle Leoch. En su relación con Claire, Outlander obedece los preceptos de una novelita rosa y, sorprendentemente, lo hace con una madurez inaudita. Y es que Jamie es una fantasía en carne y hueso: considerado, atento, protector y, a la vez, garante de la autonomía de la mujer. El muchacho está aferrado a tradiciones obsoletas desde el punto de vista actual, pero opone más bien escasa resistencia a la testarudez de Claire, de acuerdo con su inmensa resiliencia (algo de lo que ella también va sobrada) y su incondicional amor.

El encanto de Outlander proviene del “exotismo” de su ambientación. Lamentablemente, las gaitas, el kilt y ese acento rudo e ininteligible a oídos profanos nos sonaban a folclore antes de su aterrizaje en nuestros hogares. Los escoceses tienen toda nuestra simpatía porque se dibujan como unos buenazos, y buena prueba de ello es que a Jamie le falta toda la picardía de la que sí presume Claire. De esta manera, se presta suma atención a una puesta en escena deliciosa, con localizaciones, paisajes, vestuario y decorados de primera. También la música, del más prolífico y entusiasta compositor del medio (lo habéis adivinado, Bear McCreary) es exquisita. Siguiendo la estela de Game of Thrones y la denominada “nueva televisión”, Starz lleva aquí la violencia y el sexo (¿gratuitos?) un paso más allá. La sombra de HBO es alargada y, por curados de espanto que estemos, hay ocasiones en las que nos quedamos a cuadros. El personaje de Jack Randall (Black Jack para los amigos) es de tal sadismo que ríete tú del aficionado de Ramsay Bolton. Miedito me da descubrir que nos depara el futuro y, sin embargo, ahí me tendrán cuando arranque la segunda estación, puntual en mi sillón para no perder detalle de la historia de amor que vence las adversidades del tiempo y el espacio.

Valoración: ***/

Puntuación: * (mala) ** (regular) *** (buena) **** (muy buena) / (media estrella)